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Todos Deberíamos ser Feministas - Chimamanda Ngozi Adichie

  • Foto del escritor: Manu Hemingway
    Manu Hemingway
  • 31 mar 2019
  • 5 Min. de lectura

Como breve introducción, el movimiento feminista surge ante la necesidad de actuar sobre un arraigado conflicto que atraviesa a la sociedad, determinado por el hecho de ser o, en su concepción real nacer mujer o varón. Si bien el análisis o enfoque sobre el origen y las consecuencias de la subordinación de las mujeres ha dado lugar a distintas teorías, y en ocasiones a infructuosos debates llenos de inconsistencia, lo que se diferencia como tema natural, se ha convertido en una beligerante lucha cultural, aquí, como argumento del movimiento se articulan circunstancias que otorgan poder al hombre sobre la mujer generando discriminación y desigualdad que se manifiestan social, cultural y económicamente. Se ha tratado por tanto de un conflicto que conforma una de las características estructurales del actual modelo de organización social. El feminismo como un movimiento plural y crítico; de ideas, denuncia y reivindicación, producto de la disyuntiva social que genera una posición de desigualdad de la mujer describe algunas de sus características como la configuración de un nuevo sujeto a partir de un doble proceso: individual y colectivo. En la actualidad la práctica feminista combina elementos de variada raíz, buscando en todo caso defender la igualdad en los campos sociales, económicos y políticos, tensando la individualidad de la mujer con su pertenencia de género al no lograr un alcance en su autonomía y libertad.

En 2012, la escritora y novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie sintetiza en un ensayo (que tiene origen en una conferencia) la idea de que los estereotipos limitan nuestro pensamiento y modifican la idiosincrasia de una región en concreto, materializándola con acciones de censura o castigo en definitiva. Chimamanda Ngozi creía que con el adjetivo feminista y la idea de feminismo como ideología sucede lo mismo, se manipula a partir de los estereotipos fijados y el juicio en contra repercute en un sector social definido, la mujer. Adichie creyó en hablar del feminismo por la importancia que tiene este para la sociedad en la que se desarrolla y en efecto, en su avance individual. "Feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres". Chimamanda contrasta desde el inicio, de manera clara y directa el tópico que ha llevado a generalizar un concepto equívoco sobre el ser Feminista; Las feministas son mujeres infelices porque no encuentran marido, el feminismo es antiafricano (antinatural), las feministas están siempre enfadadas y no usan desodorante. Tales tópicos, transmitidos de una forma más o menos velada pero con persistencia, llevan a la escritora nigeriana a definir al comienzo de este libro una especie de libelo, evidenciando los comportamientos humanos generales como advertencias de sustancia machista, siendo el término feminista uno de los más cargados de connotaciones negativas que existen.



De los ejemplos más específicos que muestra la escritora, no solo se conforma con enumerar los micromachismos cotidianos a los que parece abocarnos una concepción descafeinada del asunto: los camareros siempre esperan que paguen ellos, las mujeres se ocupan de labores del hogar y ceden un poco en su carrera profesional para mantener la paz doméstica. También combina datos objetivos (un 52% de la humanidad son mujeres, pero “cuanto más arriba llegas, menos mujeres hay”, y cobran menos por los mismos trabajos), relata anécdotas que recuerdan a la extrañeza empática de sus novelas (la mujer negra que entra sola en un hotel de Nigeria y es tomada por una prostituta) y, sobre todo, se centra en la estructura de nuestro pensamiento, en la educación, la niña que saca la mejor nota de clase porque aspira a ser delegada, pero a la profesora se le olvida matizar que sólo los niños varones pueden serlo: “Si hacemos algo una y otra vez, acaba siendo normal. Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal. Si sólo los chicos llegan a monitores de clase, al final llegará el momento en que pensemos, aunque sea de forma inconsciente, que el monitor de clase tiene que ser un chico. Si solo vemos hombres presidiendo empresas, empezará a parecernos natural que solo haya hombres presidentes de empresas”. Porque para Adichie lo realmente peligroso de este concepto esencialista de la diferencia entre mujeres y hombres, disfrazado casi siempre de virtudes positivas es que “prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos, hombres y mujeres son biológicamente distintos, pero la sociedad exagera las diferencias”. [1]


La línea de argumentación es muy nítida en todo el ensayo, lo que resulta sumamente atractivo y a su vez efectivo para los lectores ajenos al tema del feminismo. El recurrir a ejemplos y vivencias propias para eliminar las apreciaciones ideológicas que la pudiesen preceder, resultan en un rotundo reconocimiento de prejuicios vividos y cuestionados con posteridad. Un tema que matiza con calma y desarrolla con parsimonia es la pasividad masculina hacia esta reticencia global a aceptar y abordar con profundidad las limitantes que dan origen a todas las cuestiones de género actuales; siempre resultando incómodo cambiar formas de pensar que están tan interiorizadas en la moral social y que resulta una proeza reconocer.


Es cierto que existe un problema con la situación de género actualmente, y es inminente que obras de esta naturaleza resalten las experiencias propias de una mujer para demandar y sostener una postura que se ha mantenido eclipsada por la demora a mejorar las cosas, el problema de género que expresa Adichie es sin duda la falta de reconocimiento moral de la sociedad hacia un sector que cobra cada vez más fuerza, resaltando que las diferencias siguen vigentes y no tienen fecha de caducidad. Es elemental que en la literatura actual, temas de esta vertiente tan porosa ramifiquen no sólo en los ensayos descriptivos o especulativos, sino que han de trascender más allá y lo están haciendo, llegando a cubrir todos los géneros literarios que se conocen, esto es, sin lugar a estancamientos, la lucidez de un tema que ha encontrado su lugar en la sociedad pero que aún demanda el reconocimiento y veracidad del mismo. Leer obras como "Todos Deberíamos ser Feministas" nos obliga a reflexionar y concatenar los hechos descritos para que el efecto en nuestra evolución lecturística vea un reflejo en la vida cotidiana. Estamos ante una lectura para todo público, tomémosla como una invitación a ver vigentes movimientos como el feminismo, la vigencia genera veracidad, la veracidad nos lleva a aceptar, y debemos aceptar que algo anda mal. Empecemos a reconocer que existe, y que aún tenemos mucho que hacer para lograr resolverlo. Empecemos a ser feministas, porque siempre hay que dar cuentas de sí mismo y una idea fértil siempre busca la manera de expresarse, sobre todo cuando es nuestra obligación mejorar la sociedad en la que vivimos, ¡en la que vivimos!


By MaNu HemiNgway







 
 
 

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